Un saludo a los santos de Vigo, es el encabezamiento que resume mi reflexión acerca del día de todos los santos.
No hay santos sin pasado ni pecadores sin futuro
No hace mucho celebrábamos la solemnidad de Todos los Santos.
En reflexiones posteriores le he estado dando vueltas a la cuestión.
San Pablo escribe a los cristianos que residen en Roma, Corinto, Éfeso, en Colosas, Filipo, en Galacia… y les llama santos.
Si hoy llegase a alguna de nuestras parroquias una carta dirigida a “los santos de la comunidad parroquial”, muchos se sorprenderían y preguntarían quiénes son esos santos.
Y el título de esta reflexión “Un saludo a los santos de Vigo”, ¿Sorprende?
Si la remitiera un tal Pablo de Tarso, él se sorprendería de nuestra sorpresa.
Porque san Pablo, cuando escribía una carta a sus comunidades, se dirigía a ellas y ellos con estas palabras: “a los santos de la Iglesia de Corinto” (o de Roma o de Filipos).
Aquellos cristianos no eran gente irreprochable en el terreno moral; tenían sus deficiencias y pecados.
Y Pablo les calificaba de “santos”.
Porque la santidad no hay que entenderla desde una perspectiva moral.
Santo no es la persona virtuosa, irreprochable, intacta y pura.
Los santos son aquellos que se han adherido a Cristo por el bautismo y se esfuerzan, con sus limitaciones y problemas, en seguirle.
En esta perspectiva, el pecado tampoco se sitúa en el terreno de lo moral, sino en el de la fe.
Pecador es el que no se fía del Señor, el que está lejos de él.
Por este motivo, los “santos” a los que se dirigía Pablo eran a la vez pecadores, gente de poca fe.
Santos y pecadores, santos que están en camino, santos necesitados de purificación. Un camino y una purificación que dura toda la vida.
La fiesta de todos los santos nos recuerda que la santidad no está reservada a esas y esos que la Iglesia ha canonizado.
La santidad es más amplia que las canonizaciones.
Todos los cristianos estamos llamados a la santidad.
En realidad, Santo sólo es Dios.
Su bondad es tan grande que quiere que todos participemos de su santidad.
Aunque Dios ha quebrantado el poder y la pena del pecado sobre la vida de un creyente, no ha erradicado su presencia.
La naturaleza del pecado, que se le llama «la carne», permanece en un creyente hasta que deja este cuerpo y va a estar con el Señor.
Mientras está en este cuerpo, el Espíritu de Dios, que habita en el creyente, libra una guerra continua contra la naturaleza pecaminosa restante.
A los cristianos se les ordena cooperar con el Espíritu de Dios en esta guerra espiritual.
Están llamados a perseguir esa santidad que Cristo ha obtenido para ellos.
Incluso después de ser justificados y durante el proceso de santificación que tiene lugar durante el resto de la vida de un creyente en la Tierra, los cristianos continuarán pecando, aunque cada vez menos, y experimentarán convicción y arrepentimiento cuando lo hagan.
Es la mayor carga, lucha y pena del verdadero creyente que peca.
La fiesta de “todos los santos”, bien podría también llamarse la fiesta de “todos santos” y “todos pecadores”.
Porque los santos son bien conscientes de su pecado y sólo los que se reconocen pecadores están en camino de santidad.
Por eso me atrevo a enviar un saludo a los santos de Vigo.
Luciano García Medeiros
La verdad es que San Pablo era un buen sicólogo, porque sabía subir la autoestima de los pobres pecadores como yo.
Pienso que en aquella época, con la que «estaba cayendo», pues ser cristiano no ofrecía mucha garantía para vivir tranquilo, viene el gran Pablo y los saluda de esa manera «santos». Aquellos buenos cristianos seguro que con esas palabras recibían una inyección de optimismo y cobraban buenos bríos para seguir en la brecha.
Hoy, también, que viene nos viene ese saludo tan gratificante, con «la que está cayendo» para fortalecer nuestra esperanza y caminar con paso firme y alegre, al estilo de Don Bosco. Podemos cantar como el salmista:
«Al ir, iban llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas».