Breves pinceladas sobre el Año Litúrgico, es una pretensión sencilla de presentarte lo que celebramos los cristianos durante el año.
La Iglesia celebra entero el misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida.
Se llama Año Litúrgico o año cristiano al tiempo que va desde las primeras vísperas de Adviento a la hora nona de la última semana del tiempo ordinario.
En este tiempo la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida.
Por tanto, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres.
En palabras del papa Juan Pablo II el año litúrgico es
el camino a través del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive.
El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:
a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad, Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc.
El año litúrgico celebra el misterio de la salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos:
- la gracia de la esperanza cristiana y la conversión del corazón para el Adviento;
- tambien la gracia del gozo íntimo de la salvación en la Navidad;
- la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma; el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua;
- el coraje y la valentía el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc.
Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa
En lenguaje más simple:
el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los hechos históricos de nuestra salvación
para actualizarlos y convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y fuerza para nosotros:
En Navidad
Se conmemora el nacimiento de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz y el amor que trajo hace más de dos mil años.
En la Pascua
Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sacándonos de las tinieblas del pecado a la claridad de la luz.
Y nosotros mismos morimos junto con Él, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza, comprometida en el apostolado.
En Pentecostés
Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros.
Vuelve a renovar en nosotros el ansia misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.
Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora.
Continuamente nos estamos bañando en las fuentes de la salvación.
Y esto se logra a través de los sacramentos.
Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo.
Los sacramentos son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y refrescante de la salvación que brota del costado abierto de Cristo.
Podemos decir que cada día, cada semana, cada mes vienen santificados con las celebraciones del Año Litúrgico.
De esta manera los días y meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos, anodinos, como si no pasara nada.
Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del costado abierto del Salvador.
Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida divina, y la alegría y el júbilo de la verdadera liberación interior.
Breves pinceladas sobre el Año Litúrgico, una muestra de los colores vivos y alegres de la vida cristiana.
Luciano García Medeiros
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