Tenemos ganas de un Niño que nos reúna en torno a la mesa y celebrar con alegría su nacimiento.
Que Dios sigue pasando a nuestro lado es una realidad, que hace felices a los que saben atender, acoger y entender los signos de su presencia.
Pasa el Señor y, lo hace, sin excesivo ruido.
Pasa el Señor, ciertamente, ¿Por qué muchos “pasan” de Él?
El Adviento nos sensibiliza ante la llegada inminente de la Navidad.
Está bien que lo repitamos: los próximos días serán santos si preparamos un buen terreno y un buen fondo para que Jesús nazca.
Así como preparamos el hogar para la llegada de un invitado, también hemos de preparar el corazón para el nacimiento de Cristo.
Atentos al Señor que viene; si nos encuentra despistados, mirando en la dirección equivocada, distraídos, entonces, el Señor no centralizará la grandeza ni el núcleo de la Navidad.
El adviento, por ser tiempo de esperanza, nos invita a esperar con el ritmo de Dios.
Estaría bien buscar un espacio de silencio, una meditación diaria de la Palabra para atender y entender el sentido, y también el sinsentido, de las próximas fechas navideñas.
¿En qué vamos a poner el acento en estos próximos días previos a la navidad?
¿Oración? Es urgente y necesaria en una realidad donde los decibelios no nos dejan escuchar ni el latir de nuestro corazón, ni la realidad sufriente de los demás.
La oración nos pone delante de la presencia misteriosa del Señor.
El Adviento, por ser tiempo de silencio, nos invita a no escondernos en esos pequeños paraísos que nos montamos y que nos alejan de un Dios que, ante todo y sobre todo, es salvación.
La oración nos abre, nos esponja estas semanas para que, luego, sintamos de verdad que Dios se hace niño en Belén.
¿Vigilancia? Y, además, activa.
No es quedarnos inmóviles o mirando en una única dirección.
El vigilante sabe que, por cualquier abertura, puede colarse el ladrón.
El amigo de Dios ha de estar vigilante porque, por muchas ventanas, entran las ansías de buscarle y de encontrarle y, por otras tantas, nos invade un río de contaminación en un intento de desorientarnos y de alejarnos de aquel horizonte por el cual, el Señor, viene hasta nosotros.
Adviento.
Lo necesitamos.
¡Tenemos déficit de esperanza!
Viene el Señor, porque nos ve vacíos.
Cuántas estrellas que iluminan las calles y, los que las han puesto, las han levantado sin saber por qué ni por quién.
Adviento.
¡Bienvenido sea!
¡Qué ganas tenemos de un Niño que nos reúna en torno a la mesa y nos haga vislumbrar que, el mundo, aún tiene solución!
Adviento.
Es el Señor, que llega. Atentos a abrirle cuando llegue.
Luciano García Medeiros.
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