El soldado Stepanitch es la tercera parte del cuento En dónde está el amor allí está Dios.
Se llamaba el soldado Stepanitch, y vivía en casa de un comerciante de la vecindad, que le tenía recogido en consideración a sus años y a su extrema pobreza.
Por darle alguna ocupación compatible con su edad, le había encargado de auxiliar al portero.
El viejo soldado se puso a quitar la nieve ante la ventana de Martín.
Éste lo miró y continuó su tarea.
—Soy un necio en pensar de este modo —se dijo el zapatero burlándose de sí mismo. —Es Stepanitch que quita la nieve, y yo me figuro que es Cristo que viene a verme.
En verdad estoy divagando, imbécil de mí.
Sin embargo, al cabo de haber dado otros diez puntos, miró de nuevo por la ventana y vio a Stepanitch que, dejando apoyada la pala contra la pared, descansaba y trataba de calentarse.
—Es muy viejo ese pobre hombre —se dijo Martín. Se ve que no tiene fuerza ya ni para quitar la nieve.
Tal vez le convendría tomar una taza de té, y justamente tengo aquí mi samovar que va a apagarse.
Al decir esto clavó la lezna en el banquillo, se levantó, puso el samovar sobre la mesa, vertió agua en la tetera y dio unos golpecitos en la ventana.
Stepanitch se volvió acercándose a donde le llamaban.
El zapatero le hizo la seña y fue a abrir la puerta.
—Ven a calentarte —le dijo— debes tener frío.
—¡Dios nos ampare! Ya lo creo; me duelen los huesos, — respondió Stepanitch.
El viejo entró, sacudió la nieve de sus pies por temor a manchar el pavimento, y sus piernas vacilaron.
—No te tomes el trabajo de limpiarte los pies; yo barreré eso luego; la cosa no tiene importancia.
Ven, pues, a sentarte —dijo Martín— y toma un poco de té.
Llenó dos vasos de hirviente infusión y alargó uno a su huésped. Después vertió el suyo en el plato y comenzó a soplar para enfriarlo.
Stepanitch bebió, volvió el vaso boca abajo, colocó encima el azúcar sobrante y dio las gracias.
Se adivinaba que habría bebido con gusto otro vaso.
—Toma más —dijo Martín llenando de nuevo los vasos.
Mientras bebía, aún continuaba el zapatero mirando hacia la sala.
—¿Esperas a alguien? —preguntó el huésped.
—¿Si espero a alguien? Vergüenza me da decir a quién espero.
No sé si tengo o no razón para esperar, pero hay una palabra que me ha llegado el corazón… ¿Era un sueño? No lo sé.
Figúrate, buen amigo, que ayer leía yo el Evangelio de nuestro Padre Jesús.
¡Cuánto sufrió cuando estaba entre los hombres! Has oído hablar de esto, ¿verdad?
—Sí, he oído decir algo así —respondió Stepanitch—; pero nosotros los ignorantes no sabemos leer.
—Pues bien; estaba leyendo cómo pasó por el mundo Nuestro Señor…
Y llegué a cuando estuvo en casa del fariseo y éste no salió a Su encuentro…
Leía, pues, querido amigo, esto, y luego pensé:
¿Cómo es posible no honrar del mejor modo a nuestro Padre Jesús?
Si, por ejemplo, me decía yo, me ocurriese algo parecido, es posible que no supiera cómo honrarle lo bastante.
Y sin embargo, el fariseo no le recibió bien.
En esto pensaba cuando me dormí. Y en el momento de dormirme me oí llamar por mi nombre.
Me levanto y la voz me parece murmurar:
Espérame que vendré mañana.
Y lo dijo dos veces seguidas… Pues bien, ¿lo creerás? Tengo esa idea metida en la cabeza, y aun cuando yo mismo me burlo de mi credulidad, sigo esperando a nuestro Padre.
Stepanitch movió la cabeza sin responder.
Apuró su vaso y le dejó sobre el platillo; pero Martín lo llenó de nuevo.
—Toma más —le dijo— y que te aproveche.
Pienso que Él, nuestro Padre Jesús, cuando andaba por el mundo, no rechazó a nadie, y buscaba, sobre todo, a los humildes a cuyas casas iba.
Eligió sus discípulos entre los de nuestra clase, pescadores, artesanos como nosotros.
Diapositiva 3
Stepanitch había olvidado su té.
Era un anciano sensible; escuchaba, y las lágrimas corrían a lo largo de sus mejillas.
—Vamos, bebe más —le dijo Martín.
Pero Stepanitch hizo la señal de la cruz, dio las gracias, apartó el vaso y se levantó.
—Te agradezco, Martín —le dijo—, que me hayas tratado de este modo, satisfaciendo al mismo tiempo mi alma y mi cuerpo.
—A tu disposición, y hasta otra vez. Ten presente que me alegra mucho que me vengan a ver —dijo Martín.
Partió Stepanitch, el zapatero acabó de tomar el té que quedaba en su vaso y volvió a sentarse junto a la ventana a trabajar.
Cose, y mientras cose, mira por la ventana y espera a Cristo.
Sólo piensa en Él y repasa en su imaginación lo que Él hizo y lo que Él dijo.
Pasaron dos soldados, con botas de ordenanzas el uno, y el otro con botas comunes
Luego un noble con sus chanclos de goma, después un panadero con una cesta.
(Continuará)
Precioso