Mamá Margarita es la mamá de Don Bosco.
El 12 de Enero, Estaba programada, por nuestra Asociación de Antiguos Alumnos, una Conferencia-coloquio en el Aula Magna del Colegio.
Al no poder celebrarse por el covid19 hemos decidido publicar en la revista un artículo sobre la madre de Don Bosco, que era el tema de la conferencia
Margarita Occhiena nació el 1 de abril de 1788 en Capriglio, pueblecito del Piamonte italiano, en una familia de campesinos muy religiosa, que se ganaba el pan de cada día con el trabajo y el ahorro.
El 6 de junio de 1812 se casó con Francisco Bosco, campesino de buen carácter y de arraigados sentimientos cristianos, que vivía en I Becchi de Morialdo, viudo, con un hijo llamado Antonio. Al poco de casarse, el Señor alegraría la vida de la pareja con otros dos hijos, José y Juan.
Al cabo de cinco años de matrimonio, el dolor llamaría a la puerta de la familia Bosco, con la muerte repentina del padre.
Así Margarita se convirtió en una viuda de 29 años, con 4 personas a su cargo: Antonio de nueve años, José y Juan, de cuatro y dos años, y la suegra, Margarita Zucca de 65 años, minusválida. Ella tuvo que asumir todo el peso de la familia y la educación de sus hijos.
Ya con 58 años, viendo que su hijo Juan, sacerdote, tenía necesidad de ella, aceptó dejar el pequeño caserío de I Becchi, su hogar, para ayudarlo.
Así vivió los últimos diez años de su vida en la periferia de Turín.
Aportó su tacto e intuición materna en la educación cristiana de los pobres muchachos que su hijo recogía, abandonados en las calles de la ciudad.
Murió en Valdocco-Turín el 25 de noviembre de 1856.
Subrayo algunos rasgos del perfil espiritual de mamá Margarita que manifiestan la importancia que tuvo no sólo en la vida de don Bosco, sino también en la vida del cristiano de hoy.
La mirada al cielo
En una noche estrellada, mamá Margarita mostraba el cielo a sus hijos y les decía:
«Es Dios el que ha creado el mundo y ha puesto allá arriba tantas estrellas. Si tan bello es el firmamento, ¿qué será el paraíso?».
Al llegar la primavera, ante una extensa campiña o un prado esmaltado de flores, ante un bello amanecer o un inusitado ocaso, exclamaba:
«¡Cuántas cosas bellas ha hecho el Señor para nosotros!».
Lo mismo hará don Bosco.
Educado para saber contemplar a Dios en la naturaleza y en los acontecimientos, don Bosco formaba a sus muchachos para esta “sencilla mirada”, reveladora del amor de Dios.
Como aprendió de su madre, no se preocupaba tanto de comunicarles en qué consiste el cielo, como de encaminarlos hacia él, venciendo tentaciones y dificultades.
La confianza en Dios
Mamá Margarita, durante el tiempo de la vendimia, cuando se disponía a recoger el fruto de su trabajo, decía a sus hijos:
«El Señor es verdaderamente bueno con nosotros, nos ha dado el pan cotidiano».
Y cuando durante el frío invierno conversaba con sus hijos en torno al fuego decía:
«Tenemos que dar gracias al Señor que nos da todo lo necesario. Sí, Dios es nuestro Padre. Padre nuestro que estás en los cielos…».
La vida es difícil, y mamá Margarita lo sabe por experiencia.
Por eso prepara a sus hijos también para afrontar y entender las dificultades, los sufrimientos. Después de una granizada que arruina la cosecha, reflexiona en voz alta:
«El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Él sabe por qué».
De la fe de la madre, el niño Juan adquiere la certeza de la existencia de un Dios misericordioso y excelso en el amor.
Ve la realidad de una unión indisoluble entre nuestra pobre y frágil humanidad y su tierno Amor.
Aprende a confiar más en Dios que en los recursos humanos, incluso en los momentos más desesperados.
Durante los paseos otoñales, don Bosco repetía con sus muchachos la experiencia que él mismo había vivido con su madre.
La belleza de los campos, la hermosura de la cosecha se convertían en ocasión propicia para hablar de la bondad de Dios, de la providencia hacia sus criaturas.
Todo para don Bosco era don de Dios.
Cuando rezaba el Padre Nuestro los mismos muchachos se daban cuenta de que su voz asumía un tono especial.
Se sentía verdaderamente hijo del Padre que está en los cielos y enseñaba a sentirse hijos a sus muchachos.
La sabiduría educativa
Quizá encontremos el vértice de la sabiduría educativa de mamá Margarita en aquellas páginas en las que don Bosco relata su primera comunión, a los once años:
«Ella misma se las arregló para prepararme como mejor sabía y podía… Querido hijo, -decía- éste ha sido para ti un gran día. Estoy persuadida de que Dios verdaderamente ha tomado posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas por conservarte bueno hasta el fin de tu vida… Desde aquel día, creo que mi vida ciertamente mejoró».
Don Bosco está convencido de la importancia decisiva, en la vida interior de un joven, de los sacramentos de la confesión y de la comunión.
Fundados en esta base religiosa, insustituible para don Bosco, los otros “ingredientes” de la sencilla pedagogía de Margarita, resultan eficaces para la construcción de aquella excepcional personalidad de Juanito: el sentido del trabajo, la vida sobria, el sentido del deber, la generosidad con el prójimo y la caridad operativa, la lealtad y la sinceridad, la obediencia, el justo equilibrio entre juego y ocupación…
Encontramos el Sistema Preventivo traducido en concreción operativa, en ejemplo vivido: razón, religión y cariño.
«Piensa en la salvación de las almas»
En la capilla del Arzobispado, aquel Juanito Bosco se transforma, por la imposición de manos del obispo en el sacerdote “don Bosco”.
En la primera misa, en su pueblo, mamá Margarita, a solas con su hijo, le recomienda:
“Ya eres sacerdote, estás más cerca de Jesús. Yo no he leído tus libros, pero recuerda que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. De ahora en adelante piensa solamente en la salvación de las almas y no te preocupes por mí».
Serán consejos que don Bosco tendrá muy presentes en el modo de educar a sus muchachos.
«Quisiera –dijo a uno de sus muchachos- que fueras mi amigo, pero ¿sabes lo que significa ser amigo de don Bosco?». La respuesta del muchacho fue: «Que tengo que ser obediente». Pero don Bosco le corrigió: «¡No! Yo quisiera que tú me ayudaras en una cosa muy importante». «¿En qué?», replicó el muchacho. Y don Bosco le aclaró: «Que me ayudes a salvar tu alma».
Aquí encontramos el sentido de todo el trabajo apostólico de don Bosco. Había aprendido bien la lección de su madre: el «Da mihi animas» será el lema que guiará toda su vida.
Mejor, campesino
A los 19 años Juan quería hacerse religioso franciscano.
Informado de la decisión, el párroco de Castelnuovo, le advirtió a mamá Margarita:
«Trate de que abandone esa idea. Usted no es rica y tiene ya bastantes años. Si su hijo se va al convento, ¿cómo podrá ayudarla en la vejez?».
Mamá Margarita bajó a Chieri y habló con Juan:
«El párroco vino a decirme que quieres entrar en un convento. Escúchame bien. Quiero que lo pienses con mucha calma. Cuando hayas decidido, sigue tu camino sin tener en cuenta a nadie. Lo más importante es que hagas la voluntad del Señor. El párroco querría que yo te hiciese cambiar de idea, porque en el futuro podría tener necesidad de ti. Pero yo te digo: En estas cosas tu madre no cuenta nada. Dios está antes de todo. De ti yo no quiero nada, no espero nada. Nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo quiero decir con claridad: si te hicieras sacerdote y por desgracia llegaras a ser rico, no pondría mis pies en tu casa. Recuérdalo bien».
Don Bosco no olvidará nunca estas palabras. Él mismo escribió en las Memorias del Oratorio:
«Estas palabras suyas no las dijo en vano y las conservaré como un tesoro durante toda mi vida».
El “sí” heroico
Otoño de 1846. Mamá Margarita tiene 58 años, don Bosco 31.
Tiene necesidad de una persona de confianza que viva junto a él en Valdocco, que le ayude, que le aconseje.
«¡Lleva a tu madre contigo!»,
le dice el párroco de Castelnuovo.
Pero, ¿Cómo pedir a su madre que abandone I Becchi donde estaba muy a gusto, era conocida por todos y vivía tranquila en su tierra con sus nietos?
¿Cambiar, a sus casi sesenta años, una vida campesina tranquila para mudarse a una ciudad ruidosa en medio de jóvenes maleducados?
La respuesta a la pregunta del hijo no se hace esperar:
«Si te parece ser del agrado del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente».
Tomó su canasta, puso algo de ropa y algunos objetos. Don Bosco tomó su breviario, un misal y otros libros. Y partieron enseguida para Turín.
El 3 de noviembre de 1846 llegaron a Valdocco, donde comenzaron su misión entre los jóvenes.
Al final de la vida, cuando habló a su hijo, don Bosco se dio cuenta de que su madre conocía el Oratorio mejor que él mismo, e hizo tesoro de sus últimos consejos.
«Adiós, querido Juan, recuerda que en esta vida se tiene que sufrir. El verdadero gozo será en la vida eterna».
Escribe Teresio Bosco:
«La Congregación salesiana ha crecido sobre las rodillas de mamá Margarita».
Desde luego esta presencia femenina tan significativa quizá sea un hecho único en la historia de fundadores de congregaciones educativas.
Pertenecer, pues, a la Familia Salesiana supone acoger la luz que emana de su imagen luminosa.
Luciano García Medeiros
Con mamá Margarita nadie es huérfano en la familia Salesiana.
Cuanto más la conozco, más reconozco la gran mujer que fue y es. Analfabeta, pero con una profunda sabiduría que sólo puede provenir de su fe en Dios y en su gran amor a la Santísima Virgen. Sin ella no habría Congregación Salesiana.
Me gusta mucho lo explicado en este articulo, esta muy bien reflejado lo que era Mama Margarita.