Gracias Don Bosco son las primeras palabras que me vienen al pensamiento al recordar mi vida con los Salesianos.
El día 19 de mayo de 1945, siendo alumno del Colegio de los Maristas, hice mi Primera Comunión en la nueva iglesia de María Auxiliadora.
Consideré, con el paso del tiempo que, en uno de los días más felices de mi vida, entré a formar parte de la «familia salesiana».
Aproximadamente 2 años después, un cambio de fortuna obligó a mis padres a tomar ciertas medidas económicas.
Una de ellas, fue el cambio de colegio.
Tenía que ser, forzosamente, religioso y asequible económicamente.
Eligieron a los Salesianos.
En la mentalidad de un crío de 10/11 años (como era yo en aquel momento), estos cambios y todo lo que suponían, tanto en casa como en el colegio, resultaban tristes porque se perdían muchas cosas que consideraba buenas y necesarias.
¡Qué lejos estaba de la realidad!
Mis primeros días en el colegio fueron de adaptación, que pensaba sería difícil, pero resultó todo lo contrario.
Encontré cariño por parte de los salesianos, amistad en los compañeros y un algo que flotaba en el ambiente y que pronto supe que era el «carisma salesiano».
Fueron años felices en los que aprendí muchas cosas que me ayudaron a ser mejor.
Los salesianos me confirmaron que, como me decían en casa, con poco se puede ser feliz.
Por ejemplo: una carrera de zancos mejor que un tren eléctrico, jugar al fútbol, sorteando árboles y teniendo como contrincante a un profesor o no importarte pasar las tardes del domingo en el Colegio, viendo por quinta vez «El tren fantasma», disfrutar de una obra de teatro o participar en la representación.
Nunca podré agradecer suficiente a los salesianos, todo lo que hicieron por mí, inculcándome, aparte de las enseñanzas lógicas, la devoción a María Auxiliadora que, a pesar de momentos difíciles, nunca perdí.
Gracias a toda la familia salesiana y en especial gracias Don Bosco.
Juan Guillermo Fuentes Fuentes
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