Sentido del sufrimiento: ¿Utopía, paradoja, misterio?
Estamos viviendo un período de mucho sufrimiento debido a la pandemia por la que estamos pasando: sufrimiento físico, psicológico, mental, enfermedades, paro, problemas económicos…
A la vez, nos estamos preparando para vivir cristianamente la Pascua en su doble vertiente de Cruz y Resurrección.
Contemplamos el sufrimiento como camino necesario para llegar a la Gloria la resurrección.
Podemos encontrar justificaciones del sufrimiento irrespetuosas para con Dios y para con el hombre.
Una manera de hacer aparentemente aceptable el sufrimiento consiste en recibirlo como un gesto de atención benévola por parte de Dios.
Quisiera destacar estas palabras de Teresa de Calcuta:
cierto día dije a una persona que padecía cáncer que era un beso de Jesús. Señal de estar tan cerca de él en la cruz que puede besarte. La persona me miró y me dijo: ¡dígale a Jesús que deje de besarme!.
Otro enfoque consiste en interpretar el sufrimiento como un sacrificio expiatorio con valor redentor; el cristiano que sufre participa en el misterio de la cruz, aporta su contribución a la redención del mundo:
completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne (Col 1,24).
Una tercera posición sería considerar el sufrimiento como una ofrenda agradable a Dios.
Muchas veces hemos oído decir que hay que ofrecer los sufrimientos y penalidades a Dios.
Estas posiciones tienen un peligro: entender el sufrimiento como un a priori deseable.
El cristiano puede encontrar un sentido al sufrimiento, pero lo que no puede hacer es pregonarlo como algo bueno que hay que buscar y desear.
La bondad del sufrimiento viene siempre a posteriori. No hay que buscarlo ni desearlo, pero si llega puede tener sentido y resultar humanizador.
Cristo, “por los padecimientos aprendió la obediencia; y se convirtió en causa de salvación eterna” (Heb 5,8-9).
Lo que posee valor no es el sufrimiento, sino la obediencia.
Lo que motiva a Cristo no es el sufrimiento, que él no deseó a priori; pero al afrontarlo hace de éste, a posteriori, ocasión de su obediencia al Padre y de amor a sus hermanos.
Dígase lo mismo del sufrimiento como ofrenda a Dios.
Cristo no ofreció sus sufrimientos al Padre, le ofreció aquello en lo que se convertía en sus sufrimientos, a saber, una persona que llegaba hasta el extremo del amor.
En ambos casos la secuencia es: sufrimiento de Cristo (y del cristiano) – (resultado de) obediencia al Padre, amor a los hermanos, libre don de sí – (que trae como consecuencia) fuerza salvífica, ofrenda grata a Dios.
Es la obediencia y el amor lo que dan sentido al sufrimiento; la cruz no tiene valor por sí misma; lo que la hace significativa es el amor con que Jesús la abraza; y por este amor resulta salvífica.
Es la obediencia al Padre y el amor a sus hermanos lo que revela el sentido de la vida de Jesús y le otorgan toda su fuerza.
Luciano García Medeiros
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