Los gorriones fueron pacientes maestros y disciplinados alumnos.
Se esforzaron en que yo aprendiera el lenguaje de su canto.
Y pusieron toda su atención en comprenderme.
Nos habíamos impuesto unos horarios.
La mayor parte de los días nos acompañaba Alicia.
Dedicábamos un par de horas a la clase con los gorriones.
Por la tarde después del café yo iba a su casa y allí completábamos la lección del día, con las grabaciones, el piano y la flauta.
De lunes a viernes, dedicamos durante seis meses, entre cuatro y cinco horas diarias a la tarea.
El resto de las horas del día, cada uno de nosotros continuaba con sus rutinas.
Alba, descansaba gran parte del tiempo y ordenaba sus apuntes.
Alicia, repartía el tiempo entre las tareas del hogar, su trabajo y salir conmigo.
A mi me entusiasmaban los adelantos que hacía en el entendimiento con los gorriones.
El contacto con Alicia ya formaba parte de mi vida.
Tan excitado estaba entendiéndome con los gorriones que no me paré a reflexionar mi relación con ella. Sencillamente me sentía a gusto en su compañía.
Algunos fines de semana nos excursionábamos por los alrededores.
Tuvimos encuentros con otras colonias de gorriones. Y fue maravilloso, porque nos entendíamos.
Todos los días, antes de acostarme anotaba mis avances.
Ideé un método para hacer una especie de diccionario, donde anotaba cada palabra en español, y su equivalente sonoro de los pájaros.
Llegó el invierno y los encuentros con las aves ya no pudieron ser diarios.
Cuando arreciaba el viento, el frio y la lluvia no podíamos encontrarnos con ellos.
Fue entonces cuando pensé en buscar una finca donde pudiera vivir una colonia de gorriones con los que tener un contacto regulado.
Alba y Alicia se entusiasmaron con la idea.
Desde entonces los fines de semana los dedicamos a recorrer los alrededores buscando.
De este modo, también descubrimos parajes de una belleza sorprendente y, como no, lugares exquisitos para comer.
Disfrutamos contemplando los paisajes maravillosos enmarcados siempre con la ría al fondo.
Y así fue como un espléndido domingo de diciembre dimos con un establecimiento por la zona de Valladares.
Era un restaurante muy antiguo que todavía conservaba algunas mesas con patas de forja y superficie de mármol.
Comimos espléndidamente y en el café, el dueño, un hombretón risueño y parlanchín terminó invitándonos a licor café.
La conversación discurría tan amigable que el buen hombre acabó sentándose con nosotros.
Enseguida nos puso al corriente de la historia de su familia y de los vecinos.
Su nombre ya forma parte de la historia, de esta historia: Rudesindo.
─Pero todos me dicen Sindo.
Hablando y hablando con Sindo, le comunicamos el objeto de nuestra búsqueda.
─Me parece que habéis encontrado lo que buscáis. Se de una finca que ni pintada para vosotros.
No puedes imaginar la alegría que nos causó la noticia.
Sindo hizo una llamada por teléfono y nos dijo que podíamos ir a ver la finca ya mismo.
Se trataba de un terreno en la ladera de una colina, cerca de la iglesia de San José de Chandebrito.
El dueño, amigo de Sindo, salió a nuestro encuentro para mostrárnosla.
Ocupaba una superficie de unos 25.000 m2. Disponía de luz, pozo y acometida de agua, además de una fuente natural al norte, rodeada de un espléndido bosque de castaños, carballos y pinos.
En la ladera sur vimos una hilera de árboles frutales, paralelo a una viña, de más 100 mts. De largo.
Finalmente, frente a la carretera, las ruinas de un molino antiguo y de lo que seguramente fue una vivienda.
Sería fácil, nos comunicó el propietario, obtener un permiso de restauración.
Alba la encontró perfecta y Alicia estaba encantada.
Cuando les dijeron el precio ambas abrieron los ojos, espantadas.
─¡Eso es una fortuna! ─Dijo Alba.
─¡Qué barbaridad! ¡Y después dicen que cobro mucho por mi trabajo! ─Añadió Alicia.
La verdad, es que a mi pareció un precio razonable, tanto por la extensión de la finca, como de su situación, con unas vistas impresionantes.
Pregunté si hacía falta dejar una señal, porque nos quedábamos con la finca.
El buen señor nos aseguró que un apretón de manos bastaba, que bien se veía que éramos personas honradas.
Para rematar la faena Sindo nos invitó a cenar.
─Estoy hay que celebrarlo. No faltaba más. Vais a ser unos vecinos estupendos.
No hubo discusión posible, así que volvimos al restaurante. De camino Sindo llamó a su mujer para que preparase la cena.
El dueño de la finca se llamaba Eladio y su compañía fue lo más agradable.
Resultó ser una persona muy sencilla y con una gracia innata para contar anécdotas.
Realmente se trataba de una cena, abundante y sabrosa.
Alba disfrutaba la que más.
─Sería un pecado morirme sin haber disfrutado de las maravillas gastronómicas del país. Es sorprendente y maravilloso.
Y diciendo esto propuso un brindis:
─¡Por los gorriones!
Al unísono respondimos Alba y yo. Nuestros compañeros de mesa se quedaron con los vasos en alto sin saber que decir.
Y como si estuviéramos en el bar Suizo, al final de un episodio, no se me ocurrió otra cosa que decir:
─Esto tiene una explicación.
Así que poco más o menos, a grandes rasgos Alba explicó a nuestros anfitriones que en la finca pensábamos realizar una investigación científica sobre los gorriones.
A Eladio y Sindo les pareció bien. Y Sindo muy sonriente añadió:
─Mejor investigar los gorriones que los gansos o los patos, que arman más barullo.
─¡Y no te digo las gaviotas! ─Añadió Eladio.
Y con risas y brindis dimos buena cuenta del pulpo, la oreja, la tortilla y los pimientos, que nos había preparado Rosalía, la esposa de Sindo.
Eladio amenizó la sobremesa, con historias de su vida marinera por todo el mundo.
Quedamos en formalizar el papeleo de la compra de la finca, en esa misma semana.
Ya era de noche cuando emprendimos el regreso.
Al llegar al piso de Alba me insistieron en que subiera para tomar un té y compartir la alegría que nos salía por todos los poros con la suerte de haber encontrado lo que buscábamos.
Mañana mismo comunicaríamos a los gorriones la noticia.
Alba decía que teníamos que planificar muy bien como organizar la estancia de los gorriones en el lugar.
Además, estaba el tema de los permisos para restaurar y lo que costarían las obras.
Tía y sobrina insistieron en que si el proyecto era de los tres, ellas también contribuirían económicamente.
Llegó el momento de irme a casa.
Quedaba mucho por hacer en los próximos días.
Iba muy contento para casa. Estaba muy ilusionado con el rumbo que tomaba mi vida.
Mañana les propondría organizar la vivienda en la finca para los tres. Al fin y al cabo, ya casi éramos una familia.
Con esa idea en mi cabeza me dormí como un bebé pensando en futuro tan acogedor como el regazo de una madre.
Jesús Muñiz González
La historia sobre los gorriones, que vengo leyendo con mucho interés, cada vez que salen porque además de que me parecen muy originales, también me tienen muy interesada para ver como sigue. Es como una historia en fasciculos que mantiene el interés y la impaciencia de leer la siguiente.