El silencio me envuelve al despertar, cálido y suave como una sábana de seda.
Me vienen a la memoria los versos de Fray Luis de Leon:
“¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;”.
Poco a poco, van llegando a mis oídos, los sonidos familiares de la mañana: un gallo, un perro, algún coche…
Yo tenía en el móvil como sonido para despertar el canto de un gallo. Un día escuché un gallo y fui presuroso a quitar el sonido del móvil y era un gallo de verdad.
Ahora me despierta con «En forma», de Gleen Miller.
En la ciudad hay tantos ruidos que ya no se percibe el silencio.
Para que los sonidos lleguen perceptibles e identificables tienen que llegar flotando en el mar del silencio.
En la vida ocurre igual.
Es necesario hacer silencio interior para escuchar a quien nos habla.
No basta con oír las palabras.
Hay que hacer escucha activa.
Además de escuchar lo que me dice, tengo que esforzarme para entender lo que me quiere decir.
Si tu hijo llega a casa gritando: ¿Cuánto falta para comer? Y tu respondes “media hora”, no has entendido que realmente está diciendo: “tengo hambre”.
Cuando somos capaces de entender, la comunicación se establece.
La buena comunicación es necesaria para vivir y convivir.
También para eso el campo es buen maestro.
En la ciudad cerramos las ventanas para amortiguar los ruidos de la calle, porque nos molestan.
En el campo las abrimos para hablar con el vecino, y además no hay ruídos, sino una sinfonía de sonidos.
El silencio me envuelve al despertar y por eso tengo el despertador para quince minutos antes y disfrutar un ratito escuchando la naturaleza.
jesús Muñiz González
El silencio me envuelve al despertar, es una reflexión que me ha hecho más consciente de la importancia de escuchar nuestro interior, para saber escuchar a los demás en una escucha activa, o disfrutar de los diversos sonidos que nos brinda la naturaleza, o puede que al revés, no lo sé, quizás el hecho de escuchar a los demás y darnos tiempo para escuchar a la naturaleza, nos enseña a escuchar nuestro interior, que es seguramente es nuestro vínculo más cercano con Dios.