Caminar descalzo es una experiencia necesaria para leer la vida.
Cómo el médico me recomendó caminar, mi esposa y yo fuimos caminando a visitar a unos amigos que viven cerca.
En cuanto llegamos, tras los saludos, me pareció que mi esposa se convertía en el muro de las lamentaciones para la de mi amigo.
Toda una odisea de contratiempos, enfermedades, problemas y demás acontecimientos que jalonan la vida de los mortales.
Más tarde, tomando un poco de vino y haciendo broma de que solo por eso merecía la pena ir a visitarlo, mi amigo me dijo casi al oído, “para mí el que vengas siempre es algo gratificante”.
He aquí dos personas viviendo la misma vida y con actitudes bien diferentes ante los mismos sucesos.
Hace poco escuché a una mamá que había preparado un pollo asado y su hijo le decía que estaba delicioso.
─“¿Qué le pones mamá, para que esté tan rico?
─Nada, solo amor.”
Caminar puede ser más complicado de lo que parece a primera vista.
Por eso es bueno, de vez en cuando, caminar descalzo.
Para sentir en nuestra piel todo lo que hay en el camino.
Los zapatos no nos permiten sentir realmente donde pisamos.
El pie descalzo percibe por donde pasas.
Se acomoda a las piedras del camino.
Se retuerce de gusto con la hierba suave y fresca.
La arena de la playa le da elasticidad.
El pie aprende en cada pisada.
Si hacemos la experiencia, la realidad se hará visible para nosotros.
Jesús Muñiz González
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