Un regalo muy especial es la historia que, unos días antes de la Navidad llegó a mis oídos.
El protagonista se inspiró en este hecho para escribir un cuento.
Parece ser que un desconocido, sin ninguna razón ni motivo le había ofrecido, desinteresadamente, un presente.
También fue sorprendente el comportamiento de este desconocido, que desapareció tal como había aparecido, súbitamente.
Tan inédito suceso, como es natural, le impactó.
Y más tarde, lo quiso convertir en un cuento, del que desconozco su contenido.
El hecho en sí, alguien que obsequia sin más a una persona que no conoce, me hizo reflexionar.
Como se acercaban las Navidades, cobraba más sentido mi meditación sobre los regalos.
Me pregunto: ¿ por qué hacemos regalos?, ¿a quiénes?, ¿cuándo los hacemos? y a partir de estos interrogantes, me planteo más a fondo su significado.
Socialmente hay muchas circunstancias por las que, normalmente, se hacen regalos en diferentes eventos sociales: nacimientos, cumpleaños bodas, comuniones, etc., a éstos los llamo de compromiso.
Los de deferencia o de agradecimiento, serían en correspondencia a lo recibido anteriormente por la razón que fuere.
Sin embargo, en los que me quiero centrar principalmente, son en los regalos sin un motivo social, costumbrista, o de correspondencia a ningún hecho anterior.
A estos se refería la historia de la que he hablado al principio, lo cual me hace pensar si yo alguna vez he recibido o hice algún regalo en esas circunstancias.
En mi caso puedo decir que he tenido la suerte, en alguna ocasión, de recibir un detalle de alguien que no esperaba, y no tenía ningún motivo puntual para obsequiarme.
Probablemente era el resultado de una buena sintonía con aquella persona, o sea que fue algo espontáneo y seguramente sin expectativas de que fuera correspondido.
Sin embargo, de alguna manera, creo que siempre he correspondido, porque sentí esta necesidad, por agradecimiento, y no por compromiso.
El segundo supuesto, que sea yo la que agasajara, sin motivo ni razón, puedo decir que lo hice con personas muy queridas, o con las que tengo una relación especial.
Con extrañas jamás.
Aunque de pronto, recordé una ocasión, comprando en un mercadillo.
La vendedora y yo no hablábamos el mismo idioma, no nos entendíamos.
No sé por qué, me inspiró ternura y le dije por señas, si podía darle un abrazo.
Acepto con asombro y emoción.
Por su expresión, pienso que se sintió feliz, por el regalo que una desconocida le hizo sin ninguna razón ni motivo.
Pienso que sería bueno, que siempre que sintamos que nos gustaría obsequiar a alguien sin más lo hagamos.
Aunque sea algo que creamos que no viene a cuento, no nos cortemos, y tengamos la valentía sin prejuicios de demostrarle de alguna manera, con un obsequio, detalle, gesto, lo que el corazón nos pida.
Creo que algunas veces podemos sentir el deseo, de tener un detalle con alguien sin esperar nada a cambio.
Es posible que no nos atrevamos, que nos dé reparo manifestar nuestros sentimientos.
Merece la pena arriesgarse, no nos arrepentiremos.
Quizás en este nuevo año, sea el momento de hacerlo.
Maite Serra Sorribes
Esto que cuentas estaría en línea con el evangelio. Si regalas a los que te regalan, si saludas solo a los que te saludan, si invitas sólo a los que te invitan, etc., ¿Qué mérito tenéis? Invitar, regalar, visitar, amar… a los que no pueden devolverte el favor tiene mucho mérito. Muchas veces nuestra generosidad no es desinteresada. Pero la sociedad va en dirección contraria, salvo excepciones.
Muy buena comparacion