La Congregación Salesiana es el sueño de Don Bosco hecho realidad.
El deseo de perpetuar su obra en favor de la juventud llevó a Don Bosco a empeñarse en la fundación de una congregación religiosa que fuese continuadora y heredera de su misión.
En 1874, la Santa Sede –después de un proceso bastante tortuoso– aprobó definitivamente las Constituciones de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, hoy conocida como Congregación Salesiana.
Con tal aprobación, Don Bosco y sus salesianos no tuvieron dudas de que su obra era fruto del deseo de Dios, reconocido en las Constituciones renovadas de 1984:
Con sentimientos de humilde gratitud, creemos que la Sociedad de San Francisco de Sales no es solo fruto de una idea humana, sino de la iniciativa de Dios.
El nombre de Don Bosco va insoslayablemente ligado al de la Congregación Salesiana, fundada por él mismo.
En la misión y el estilo de su realización, reconocemos la continuación del carisma de Don Bosco.
Institucionalmente, la Congregación Salesiana fue ideada sobre la base de dos pilares: ante el Estado sería una sociedad de ciudadanos libres que se agrupan para realizar una obra de caridad; pero ante la Iglesia sería una sociedad religiosa.
Cuando la nueva Congregación gozaba ya de amplio reconocimiento social, y además comenzaba a crecer con celeridad, se pensó en un lema que reflejara y expresara su misión.
Se quiso buscar algún lema que reflejase el carisma propio del Instituto.
Alguno sugirió: “Dejad que los niños vengan a mí.”
A otro le pareció mejor: “Trabajo y templanza.”
Incluso hubo quienes se inclinaran por: “Todo para mayor gloria de Dios”, utilizado ya por la Compañía de Jesús.
Don Bosco tuvo la última palabra.
El lema que le había acompañado desde los comienzos del Oratorio sería el que quedaría inscrito en el escudo de la Sociedad y en el corazón de los salesianos:
Da mihi animas, caetera tolle.
(“Dadme almas y llevaos lo demás”, Gn 14,21).
Éste expresa la pasión de un hombre que vibra por un ideal al cual se entrega incluso sin medir consecuencias:
En lo que se refiere al bien de la juventud en peligro, o sirve para ganar almas para Dios, yo me lanzo hasta con temeridad.
El primer sucesor de Don Bosco, Don Miguel Rúa, uno de los primeros muchachos con los que trabajó en el incipiente Oratorio, también nos deja el testimonio de esta su pasión:
No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron las almas.
Don Bosco llamó a sus religiosos “Salesianos” con una intencionalidad clara: debían inspirarse y tomar como modelo al santo saboyano.
San Francisco de Sales (1567-1622) es, sin lugar a dudas, uno de los santos más representativos de la región del Piamonte. La vida del Obispo de Ginebra es ejemplo de tenacidad y constancia en el trabajo pastoral de evangelización. Fue un apóstol victorioso de la tierra del protestantismo.
Pero lo que más admiró en San Francisco de Sales fue su paciencia, amabilidad y dulzura.
En sus Memorias del Oratorio, él mismo declara:
Porque nuestro ministerio entre jóvenes exige mucha serenidad y mansedumbre, nos habíamos puesto bajo la protección de este santo a fin de que nos obtuviese de Dios la gracia de poder imitarle en su bondad extraordinaria y en su celo pastoral.
Todas estas son características sobresalientes del carisma salesiano propuestas por Don Bosco.
Conclusión: la actualidad del carisma salesiano
Con estas consideraciones nos atrevemos a afirmar que el carisma salesiano, expresado principalmente mediante el Sistema Preventivo de Don Bosco, es una opción válida para la formación de buenos cristianos y honestos ciudadanos hoy.
Los salesianos se han preocupado por mantener actual el carisma.
Reconocemos que Don Bosco tuvo grandes intuiciones que en su tiempo fueron vistas con sospecha e incluso con recelo, pero que hoy son bien aceptadas.
No falta quien asegure que Don Bosco se adelantó un siglo al Concilio Vaticano II, particularmente en lo que respecta a los laicos y consagrados.
Él quería ver a sus salesianos “en mangas de camisa”, en un tiempo en el que pensar a los clérigos sin sotana podría haber sido síntoma de cisma.
Con ello, el santo pretendía expresar que los clérigos deben estar dispuestos al trabajo, listos para la acción, sin miedo a ensuciarse las manos.
Cuando hablaba al formador de novicios –sobre estos– le decía: “Sáquelos de la sacristía.” Porque él los quería en el patio, formándose en el trabajo y para el trabajo.
Ciertamente este pensamiento –adelantado para su siglo– le trajo problemas, incluso con su arzobispo.
Muy buenas palabras de don Bosco y buenas reflexiones. Amén.