Muyoyo se quedó solo. Apenas asomaba el sol por el horizonte cuando abandonó la casa.
Su mamá ya no estaba, se había ido a ese lugar de donde nadie vuelve. Estaba solo.
Empezó a caminar de espaldas al sol.
Cerca, a dos horas de camino, vivía la familia de Nomusa. Nomusa era su amiga y creía que no lo dejaría estar solo.
Caminaba despacio porque no quería cansarse pronto.
Tenía hambre. Hacía muchas horas que había comido la última porción de enzima.
Sentía ganas de llorar y no podía hacerlo. Solo las chicas podían llorar. Los chicos tenían que morder hacia dentro los sentimientos.
Llevaba una hora caminando y escuchó el ruido de un motor.
Se apartó a un lado del camino. Enseguida apareció un vehículo que se detuvo a su altura.
Por la ventanilla trasera asomó una cara conocida. Más de una vez lo había visto por el poblado. Era un tipo extraño. Tuvo miedo.
─Hola, Muyoyo. ¿A dónde vas? ¿Quieres que te llevemos?
─No, voy andando.
─Mejor te llevamos. ¡Sube!
Muyoyo salió corriendo como un impala y desapareció al instante entre las hierbas altas.
Oyó la voz llamándolo. Permaneció temblando, oculto. Casi no se atrevía a respirar, Le pareció que su corazón latía tan fuerte que podrían oírlo.
Estuvo quieto, sin mover un músculo, como una estatua.
Oyó el motor que se alejaba. Asomó poco a poco la cabeza. No vio a nadie. Todavía esperó un buen rato antes de salir.
Se puso en marcha de nuevo, aunque ahora con mucha más cautela, atento a cualquier sonido extraño, para ocultarse en el interior.
Tenía miedo. Si estuviera el “Father” podría hablar con él. Todavía tardaría varios meses en volver.
Si pudiera llegar hasta su casa. Estaba tan lejos.
Lo primero sería intentar llegar junto a Nomusa y luego ya vería.
Al fin llegó al hogar de Nomusa.
Estaba muy cansado, sudoroso, sediento y con hambre. Sintió que la vista se le nublaba y todo se hizo oscuro.
Cuando despertó Nomusa lo contemplaba sonriendo.
─Muyoyo.
─Nomusa.
Se acercó la mamá de Nomusa.
─¿Cómo estás? ¿No has comido? Toma.
Le dio un plato de enzima y un vaso con agua. Muyoyo bebió con ansia. Luego se comió la enzima en un santiamén.
─Ya sabemos que tu mamá murió y estas solo. Puedes quedarte con nosotros.
Muyoyo se echó a llorar silenciosamente. Ya no tenía familia. Ahora su familia era esta. El sabía que lo acogían como un hijo. Compartirían su hambre con él.
Al anochecer Muyoyo se acostó en la choza para dormir.
Ahora Nomusa era su hermana y sus padres también los suyos.
Al día siguiente se pondría a trabajar con Melike, su nuevo padre, para ganar su comida.
Seguramente no volvería al colegio.
Cuando el Father volviera hablaría con él. Recibiría palabras de consuelo que le ayudarían a vivir.
Le gustaba aquel Dios del Father que estaba cerca de todos. Necesitaba sentir cerca a ese Dios.
No entendía del todo las palabras del libro que se leía en la reunión del domingo.
Aún sin entender sonaban dulces y amables. Sentía alegría al escuchar: “Batata” para nombrar a ese Dios.
Se quedó dormido soñando con un Padre Grande y Bueno.
Una historia interesante. Triste por la orfandad y soledad del niño y alegre por la acogida en la familia de su amiga. Situaciones como esta en África debe haber muchas, porque muchos deben ser los niños de la calle de lo que tanto nos hablan los misioneros, niños huérfanos a causa fundamentalmente de las guerras.
Me llama la atención la generosidad de los pobres que comparten lo poco que tienen, y la gran hospitalidad, al menos eso es lo que cuentan las personas que han estado por África.