Viernes 25 de julio de 2008

Autor: Jesús Muñiz González
On 10 agosto, 2022

Viernes 25 de julio de 2008, una larga noche sin sueño.

El bullicio de las orquestas apenas me ha dejado conciliar el sueño.

Desayuno sobre las diez para irme luego a la catedral a la misa del peregrino.

Llego un poco después de las once y me encuentro una enorme cola para entrar.

Supongo que todo el mundo quiere dar un abrazo al apóstol en el día de su fiesta.

Me voy por la tienda y entro sin problemas.

La iglesia está abarrotada y la misa de las once ya comenzada.

Parece que esta es la misa oficial, concelebrada y con toda solemnidad, con las cámaras de la televisión.

Aunque estoy en un lateral puedo seguir bien la misa por la pantalla gigante que hay frente a mí.

Al final cantan el himno del apóstol a los acordes del órgano y ponen en marcha el botafumeiro.

El acompañamiento musical le da su emoción al momento.

Me sonrío al ver las caras de admiración y las exclamaciones de la gente al ver lo alto que vuela el incensario, que parece tocar el techo.

A continuación, anuncian por megafonía la misa del peregrino.

Miro la hora y pienso que me dará tiempo a estar presente en la parte de la misa que no estuve, sobre todo las lecturas.

Ahora puedo sentarme. Se ha ido mucha gente.

Una voz femenina entona los cantos.

Al comienzo de la misa, leen la lista de todos los peregrinos que han llegado, su procedencia y origen.

Espero que yo pueda ser un peregrino más dentro de una semana.

Esta celebración es mucho más sencilla y entrañable, me da pena no quedarme hasta el final, pero temo perder el autobús. En la homilía me voy.

Tengo el tiempo justo para recoger la mochila en el hotel y luego el bus urbano a la estación de autobuses.

Justo cuando llego a la parada, sale un bus, así que después de todo me queda tiempo para una cerveza antes de salir para O Cebreiro.

Según el cartel informativo la llegada a Piedrafita do Cebreiro está prevista para las cinco y media.

Mi sorpresa es que recorremos el norte de Galicia, porque primero vamos a la Coruña, a continuación a Lugo, y por último a destino.

En realidad, va a Barcelona. Hay dos autobuses haciendo el recorrido, uno va a Madrid y otro a Barcelona.

Delante de mí dos inglesas se vuelven preguntando quien habla inglés, y casualmente lo habla la señora que está a mi lado.

Al parecer, las dos muchachas se olvidaron algo y van a ir a recogerlo, y no saben español. Por eso necesitan que alguien bilingüe hable por teléfono en su nombre.

El día es espléndido y el paisaje magnifico.

Puntualmente, a las cinco y media llegamos a Piedrafita.

Se apean conmigo, cuatro amigas que también van a hacer el camino.

Allí mismo hay un bar que tiene habitaciones y pido una.

Después me doy una vuelta por el pueblo.

En un restaurante pregunto si me pueden dar algo de comer.

“Solo un bocadillo de jamón”, me dicen. Hasta las ocho no abren el restaurante para la cena.Viernes 25 de julio de 2008

Prefiero tomarme el bocadillo, porque quiero acostarme temprano y madrugar mañana.

El bocadillo es gigantesco; las lonchas de jamón más parecen filetes de lo gruesas que son. Necesito dos “cañas” para empujarlo.

Después voy a caminar un rato, tratando de seguir la ruta.

Veo un cartel y lo interpreto mal, porque me voy monte arriba sin ver ninguna señal del camino.

Doy la vuelta y regreso al punto de partida.

Ahora sigo la carretera un rato, pero no veo mas que la primera señal.

Empiezan a caer unas gotas. Espero que mañana no me acompañe la lluvia en mi primer día de camino.

Por el pueblo no se ve un alma.

En el bar donde me hospedo veo un poco la tv.

Aunque es temprano subo a la habitación para tratar de dormir. Al menos descansaré para mañana, donde pondré a prueba la resistencia de mis piernas.

Ha refrescado bastante. Me acuesto. Se oyen voces, puertas que se abren y cierran bruscamente.

Pienso en los ciento cincuenta y siete kilómetros que me separan de Santiago.

Parece una broma haber recorrido en autobús un trayecto que a partir de mañana tardaré una semana  a pie.

También creo que esto es algo más que caminar.

Y por fin me quedo dormido.

 

JesúsJesús Muñiz González

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