El amor universal nos llevaría a lanzar la siguiente pregunta: ¿Somos ecológicos los hombres de Iglesia?
El estado de nuestro planeta es preocupante, incluso, con efectos irremediables según algunos.
Fe cristiana y sensibilidad ecológica deberían ser ingrediente necesarios para replantearse nuestro destino en el cosmos.
Laudato si
Desde el espíritu de la carta “Laudato si” del Papa Francisco se hacen indispensables cambios prácticos para dar nuevas oportunidades al futuro.
Mucho se habla hoy del amor universal, relacionado con un ámbito global que alcanza desde el universo sideral al ser humano, pasando por el estado inorgánico, el reino vegetal y el reino animal.
Habría que volver a releer, tal vez, al teólogo jesuita francés Teilhard de Chardin cuando hablaba de “Cristo, el punto omega de la evolución del universo”. Daría claves de interpretación sobre un tema, hoy tan viral, como el ecológico.
Constaté un día con estupor la sonora patada de un eclesiástico a un gato que le pedía, con maullidos enternecedores, algo de la comida que portaba para otros congéneres de la granja. La agresiva respuesta del humano vino acompañada de una expresión muy popular y ofensiva que, lógicamente, la mente del felino no pudo procesar: ¡Vete de ahí, gilipollas!
El agresor inmisericorde parecía gloriarse, incluso, de la fechoría.
Por otro lado, recuerdo, durante mis años de residencia en Roma, la historia de otro felino al que acorralaron tres Religiosos y lo mataron a palos.
El animal, cuando fue abandonado en el lugar, supuestamente muerto, logró arrastrarse hasta el sótano de la iglesia, donde consiguió revivir, tal vez, por aquello de las siete vidas que dicen poseer esta especie.
Acabé, poco a poco, ayudando y sustituyendo al único amigo humano del entorno que le aportaba algo de comida, el único de quien se fiaba el pobre animalito, que, por demás, no dejaba nunca de mirar de reojo, por si aparecía, por algún lado del patio, alguno de sus masacrantes enemigos.
Si el icono de la relación humano-cristiana es el amor universal, o va toda la creación en el mismo paquete, o puede acabar en farsa hablada.
Es decir, cuando falla esa relación amistosa por el lado humano -sobre todo, tratándose de hombres de iglesia-, fallaría la reiterada evocación del amor universal en sí mismo, y del amor entre personas, e igualmente, de estas con la natura.
Puede que la rumorosa y cordial tendencia ecologista actual, secularmente olvidada -o marginada- por la iglesia, encuentre alguna línea de actuación provechosa en este diálogo amistoso con el Can Lolo que propongo a continuación.
Nota editorial: Proximente publicaremos «el diálogo amistoso con el can Lolo».
Pobre animalito. Yo no tengo perro ni gato, porque no me gustan, pero si andan por ahí les echo de comer.