Fuera canes, el problema de los cuadrúpedos en la ciudad.
“No está bien quitarle la comida a los hijos para echársela a los perros…” (Mt 15, 25-28).
El pequeño parque, al norte de mi ciudad, cae ligeramente, en actitud de sumisión, hacia el amplio cauce del río, que define toda la historia de la pequeña urbe de la Galicia interior.
A este reducto ecológico, las autoridades locales han decidido sustraerle un noventa por ciento de su espacio, incluyendo arbolado, césped y fuente.
Un vallado metálico enmarca esa zona exclusiva para perros, es decir, para que el llamado “amigo del hombre” deje sus cacas, o como se dice eufemísticamente, deposite “aguas mayores y menores”, mientras juguetea con sus homónimos bajo la mirada confiada de sus dueños que según van llegando al lugar, abren la cancela, y animan a su mascota a pasar y compartir con los pares su llamativa y juguetona conducta, al tiempo que cumplen con el objetivo principal de tal instalación.
He oído comentarios un tanto negativos sobre la existencia y destino de este espacio urbano, que, por otra parte, se ha ido copiando en casi todas las ciudades europeas.
Este hecho produce, en efecto, reacciones opuestas, dependiendo de si el interlocutor es parroquiano asiduo, o si odia, con visceralidad, la misma presencia del animal o simplemente sus heces, restándole, evidentemente, al urbanita espacio público de cívico solaz.
Mascotas de cuatro patas
Normalmente, otras mascotas de cuatro patas no disfrutan de tal privilegio, y menos aún aquellos reptantes.
No cabe duda de que la costumbre extendida de tener una mascota o un animal de compañía, como un miembro más de la familia, es algo imparable.
Sin duda, es el can quien se lleva tal patente en el momento de la elección.
El problema -ciñéndonos a los canes- ha ido in crescendo en las ciudades, tanto en espacios como en división de opiniones al respecto, según preferencias o practicidad para cada uno.
Una solución que agrade a todos supone un claro reto para las autoridades respectivas.
Surgen, pues, en mi ciudad, reacciones contrapuestas a la hora de enfrentarse al problema, sin dejar de lado aquellas que llamaríamos intermedias, como la de buscar lugares más discretos en las afueras, o, cuando menos, reducir el espacio asignado para tal función canina en favor del bien público.
Esta tercera vía facilitaría, sin duda alguna, el aprovechamiento del lugar para solaz de la población, la disponibilidad turística, las utilidades artísticas de fotografías y disfrute ecológico, etc.
Alguien ha propuesto acudir a un destacado influencer mediático, Aloisius Watercloset, para que haga de enlace y consejero ante las autoridades respectivas en la búsqueda de la mejor solución al problema.
Hoy en día, nadie duda del poder popular de estos expertos de la comunicación de masas a través de los diversos usos del internet.
Algunas pistas
De momento le podríamos aportar a Aloisius, además del apoyo vecinal, algunas pistas concretas no carentes de imaginación y osadía.
Como, por ejemplo:
Crear espacios subterráneos para estos menesteres perrunos, como se hacen con los aparcamientos para coches.
Hacer una campaña masiva para proponer, como factible, traer al “amigo del hombre” ya listo y aseado de casa.
O bien plantearse la posibilidad y conveniencia de portar estos cuadrúpedos a defecar a los desiertos de la tierra de Canaán, aquellos que no son útiles para los descendientes de Abrahán, a quienes Dios tuvo a bien concedérselas generosamente.
Además, el término canaán contiene raíces caninas, lo que, ya de por sí, constituye una clara ventaja.
Confiamos en Aloisius y en su eficiencia profesional a la hora de hacer de portavoz y consejero, así como en su capacidad de dar pistas a la autoridad en nombre del vecindario, a favor o no, de la existencia de estos reductos caninos en los parques públicos.
Todos saldremos ganando.
Estoy de acuerdo con lo que dices.