El goce de la vida es vivir.
La vida está escrita con letra de médico. No trates de entenderla demasiado; mejor disfrútala.
Decenas de años sin encontrarnos, con respectivos meses, días, horas, minutos y segundos.
Eran casi cuarenta de amistad. Pero, a pesar de todo, ese sentir común, esa -que dicen- química, no se había esfumado.
Dos mundos en origen, California, España, un solo flujo de amistad.
Desinterés u olvido, son monedas corrientes que desgastan los recuerdos vividos en común y los mejores sentimientos, fruto de ese flujo de contactos físicos y verbales que portan la riqueza interpersonal que llamamos amistad, amitié, amicizia, friendship.
Pero, no, y ese no fue absoluto en nuestro caso.
Pepe sonaba a acento mexico-americano; Manuel, a castellano, con aquel eterno tonillo gallego que sabía a pasado no fenecido.
La vida, a veces, es más imaginaria que la novela, si es que la vida no es, en sí misma, una ficción novelística.
Por eso, la vida tiene su encanto particular.
Qué sería de nuestros años respirando aires sospechosamente quietos, somnolientos y contaminados que no se pudieran someter a la movilidad y al arte de la fantasía, al goce de estar “vivitos y coleando”…
Ninguno de los dos, ni Pepe ni Manuel, ni Manuel ni Pepe, habíamos caído en eso que se llama hastío, en aburrimiento, en el ir tirando, en el “mejor, olvídalo”.
El caminar vital de esos casi cuarenta años fue duro, con su correspondiente cuota de problemas, de desánimos, de ganas de tirar la toalla, del “esto es lo que hay”.
Ninguno de los dos aborrecimos la vida, ni optamos por el “en este valle de lágrimas, ea pues señora…”.
La vista en el horizonte y los pies en el suelo
Los momentos malos fueron superados, los buenos disfrutados, la vista puesta en el horizonte, pero los pies en el suelo. Eso es y fue, en nuestro caso, la vida: un goce sereno y maduro que, aunque lastime los pies al caminante, se puede, se debe, convertir en goce, el goce de un regalo, el de vivir.
Así fue y así deber ser.
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La vida, sí, la vida,
Voilà nuestro regalo,
Que nunca deja abandonado
Al que en ella confía.
Porque el goce del vivir
Es la vida, en sí misma.
Un oasis, que no una sima;
manantial de goce y de sentir.
Hay quien despierta al placer,
otros prefieren las cadenas.
Para mí, vida es goce y menester.
La vida es bonita y es amena,
Cada día, un nuevo amanecer,
Nunca, jamás, ha de ser condena.
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“Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho, y hubo tarde y mañana…” (libro del Gén. 1, 31).
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