Buenas noches Noviembre de 2023, a mis hermanos salesianos y a todos los miembros de nuestra Familia Salesiana.
“En aquel instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre que me hablase de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme”.
El llanto de Juanito Bosco me invita a reflexionar con vosotros en este comienzo del mes de noviembre.
Las lágrimas de aquel niño no provenían del amor propio herido o de deseos y caprichos insatisfechos.
Aquellas lágrimas de la infancia anticipaban una vida apasionada y entregada a los demás, un anhelo de vivir buscando la felicidad del otro, un deseo profundo de saber lo que Dios esperaba de él en cada momento.
Por eso las lágrimas narradas en aquel sueño de los nueve años pueden limpiar y educar nuestra mirada.
Nos ayudan a poner en el centro a quien nos necesita y no en tantas cosas banales a las que a menudo damos demasiada importancia.
Juanito, dialogando con Jesús, lloró porque quería entender qué tenía que hacer por los demás.
¡Cuánto contrasta la mirada de aquel niño, con la de una sociedad impregnada de un individualismo cómodo y consumista!
Habitamos un tiempo en el que la indiferencia es el gran reto pastoral que tenemos que afrontar.
Las lágrimas de Juanito Bosco pueden limpiar nuestra mirada
Muchos jóvenes comparten con aquel primer muchacho con el que se inició el Oratorio, el no saber, ni tan siquiera, hacer la señal de la cruz, pero se diferencian profundamente de él en las expectativas que tienen ante lo que podamos ofrecerles hoy los seguidores de Jesús.
En un cambio de época, somos buscadores que solo podemos responder a la necesidad de espiritualidad que haya en la vida de muchas personas, desde el testimonio creíble y auténtico de lo que la fe en Jesús supone en la nuestra.
La vida de Don Bosco nos ayuda a salir del pesimismo de una pastoral de choque que mira con desconfianza el mundo de los jóvenes.
Nos alerta de la tentación de bajar los brazos ante ese nihilismo que deja sin asideros a quien necesita referencias para la vida.
Las lágrimas de Juanito se complementan con las del Don Bosco anciano que, en la iglesia del Sacro Cuore de Roma, echaba la vista atrás para contemplar lo que había hecho posible Dios en la vida de tantas personas, gracias a la pedagogía de la bondad, de la cerdanía, del espíritu de familia.
La tarea sigue pendiente para nosotros.
No estamos entre quienes se aferran a seguridades dogmáticas con discursos del enfrentamiento hacia quienes no son como nosotros.
Anunciar el Evangelio a una sociead en la que Dios está oculto, requiere estar dispuestos a ser caminantes auténticos y creíbles que inician procesos desde la convivencia con los jóvenes, a formar comunidades de aprendizaje para ser una escuela que regala sabiduría cristiana, a ser un hospital de campaña que cura las heridas de la vida y ofrece espacios de encuentro y conversación para acompañar a las personas.
A veces nos pueden venir lágrimas de desconcierto y desaliento.
En esos momentos, conviene no olvidar que lo que hizo Juanito entre sollozos, fue acudir a Jesús, el Maestro, para que fuera Él, quien le diera consuelo, apoyo y orientación.
Un fuerte abrazo
Fernando García Sánchez
Inspector SSM
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