Las siete virtudes de San José que puedes imitar en la vida diaria nos pueden ayudar a preparar la celebración del día del San José.
En un mundo donde la masculinidad se pone en tela de juicio y se duda de casi cualquier hombre por el hecho de ser hombre.
San José no solo nos recuerda la virtud del varón sino también su encomienda y encargo. Su paternidad es ejemplo para todos los cristianos. No en vano San José es patrono de la Iglesia universal.
El día de de San José recordamos que Dios padre encomendó la tarea de cuidado y protección de su amadísimo Hijo y de Su Madre a un santo varón, San José.
En este artículo he resaltado algunas virtudes que necesitamos tomar de San José, especialmente los varones, para crecer como cristianos.
1.-La influencia del Padre en el hijo
En nuestros días la idea del padre desvinculado de sus hijos se ha convertido en algo frecuente en nuestros pensamientos.
San José nos recuerda el verdadero sentido de la paternidad.
La presencia insustituible del padre en la educación de los hijos es algo que necesitamos volver a conquistar como sociedad. San José con el niño en los brazos nos lo recuerda, un padre amoroso y protector del cual los hijos puedan aprender y crecer seguros a su lado, incluso en las carencias y situaciones más difíciles.
San José conoce esas situaciones, él tuvo que proteger y sostener a María esperando al niño sin tener un techo donde pudiera nacer, tuvo que huir hacia Egipto, ser un extranjero en tierras desconocidas y ganarse el pan del día con el sudor de su frente. «Cuando necesite ser buen padre, San José ilumina mi paternidad».
2.- La alegría de ser un buen esposo
La fidelidad inquebrantable de San José es un signo contundente y firme frente a la imagen de un varón infiel, lujurioso, egoísta e incluso violento, que es tan común asumir como normal en nuestros días.
Cuántas veces escuchamos, decimos y afirmamos que «todos los hombres son iguales» sin saber que con esta frase justificamos un comportamiento que achica la personalidad del varón, lo limita y espera menos de lo que realmente es. Lo priva de poder ser grande y desplegarse completamente.
San José pasó todas las pruebas que un esposo podría pasar: la duda frente a su propia esposa, el cuidado de un niño que no era de su sangre, la dificultad de un matrimonio casto.
Recordemos que San José, a diferencia de María no fue concebido sin pecado, era así como tú y como yo. Su virtud y fortaleza son grandiosas y es prueba viva de lo que un hombre que entrega su vida a Dios puede hacer por medio de su gracia.
Cuando la dificultad de matrimonio me alcance, San José ven en mi auxilio y ayúdame a ser fiel.
3.- La fortaleza física al servicio de la familia
La imagen de una masculinidad violenta hace que la fortaleza física no sea valorada como una virtud. Muchos niños crecen sin tener cerca a un padre del cual puedan aprender y valorar lo que es la virilidad. San José pone al servicio de su familia esta fortaleza física natural en él, una fortaleza que tiene como misión el proteger, el ayudar, el servir.
Una fortaleza que de ninguna manera sirve para el abuso de autoridad ni de ningún otro tipo.
Conocemos a un José siempre fuerte, nunca agresivo, firme pero no indiferente ni mucho menos insensible.
Un hombre que demuestra seguridad y jamás arrogancia ni soberbia. Un padre que carga con todo el peso de su familia y es feliz haciéndolo. «Cuando la arrogancia aparezca, San José ayúdame a ser humilde».
4.- El silencio, esa características que muchas veces encontramos tan irritante
El silencio de los varones es una característica bien conocida por las mujeres. Cuántas veces podemos incluso perder la paciencia por esos silencios prolongados de los esposos.
San José también era un hombre silencioso, es más se dice de él: San José, santo del silencio. Tanto que aprender del silencio. San José en el silencio escuchaba la voz de Dios, no era un silencio indiferente ni estéril.
No era un silencio que ignoraba o que buscaba pasar la página y evitar el confrontar o solucionar problemas.
San José escuchaba, meditaba en su corazón para poder tomar las mejores decisiones para su familia y para él mismo.
Cuando el silencio sea indiferente, San José ayúdame a escuchar a Dios.
5.- El valor del trabajo duro
En aquella época si el varón de la casa no trabajaba la familia no subsistía. San José obrero, carpintero de profesión, trabajó siempre por el sustento de su familia.
La constancia de su trabajo, la seguridad de su familia. Imagínense el camino que se habrá tenido que abrir en Egipto, sin familia, sin apoyo de conocidos, extranjeros tal vez víctimas de prejuicio y discriminación, el trabajo de José era la única arma que tenían para subsistir.
De vuelta a Nazareth en su taller de carpintero siguió trabajando incansablemente, fue labor que transmitió a su hijo para ayudar al sostén de su familia.
Cuando el desánimo y la dificultad aparecen, San José es un gran ejemplo de tenacidad y trabajo arduo en todo momento por el bien de los que ama.
Cuando el trabajo canse, San José ayúdame a sobreponerme y seguir.
6.- El valor del buen discernimiento
Las respuestas apresuradas y decisiones impulsivas sobre todo en época de crisis no son lo mejor. San José, incluso en una decisión tan dura como la de aceptar el embarazo de su prometida, decide repudiarla pero en secreto, meditando qué era lo que menos iba a perjudicarla, lo que menos escándalo iba a levantar.
No lo hace apresuradamente, lo medita, lo «sueña», y en ese soñar escucha la voz de Dios a través de un ángel que sale al encuentro y lo aconseja.
El valor del un buen discernimiento tiene que ver con la prudencia, el silencio y la escucha a Dios. Este escuchar a Dios que se va afinando a medida que estrechamos nuestra relación con Él.
Cuando necesitemos del buen discernimiento, San José sal a nuestro auxilio.
7.- Castidad y juventud
Al ser los primeros capítulos de Mateo y Lucas las únicas fuentes de la revelación sobre quién era San José, no es raro que los hombres hayan tejido distintas historias sobre este gran santo.
De José sabemos poco, ha sido creencia frecuente pensar que era un viudo que tenía casi 90 años y se casó con una mujer muy joven.
Esto parece estar muy lejos de la realidad, en aquella época los hombres se casaban muy jóvenes.
San José al momento de desposar a María debió haber tenido unos 18 o 20 años.
Sin embargo, la imagen del San José como hombre viejo caló dentro de la cultura popular y es por esto que muchos artistas lo han representado como un hombre mayor.
Puede deberse a la dificultad que representaba la relación virginal entre ambos. Dificultad que nace de la ruptura original. San José en este sentido, asistido por la inmensa gracia de Dios nos enseña que el fundamento de la unión conyugal es la comunión de amor, ejemplo para todo matrimonio.
La unión de cuerpos debe responder a esa comunión de amor, sin embargo la misión de María y José no estaba en relación a ellos mismos sino al mismo Jesús y a la iglesia Universal.
Cuando el deseo desordenado me esclavice, San José ven en mi auxilio.
8.- El trato familiar como ámbito de crecimiento espiritual y personal
Escuchamos que la familia es la iglesia doméstica, escuela de humanidad, imagen del amor de Dios. San José en este sentido nos enseña que la familia en un ámbito para crecer en santidad.
La santidad de José sucedió dentro de la familia. Y así está llamada a ser la tuya y la mía, los esposos son guardianes mutuos de la santidad de la familia.
Es ahí donde el amor crece, en entrega, donde nos olvidamos de nosotros mismos y nos entregamos por completo. Como nos decía el Papa Francisco:
por medio de ella se concreta la capacidad de darse, el compromiso recíproco y la apertura generosa a los demás, así como el servicio a la sociedad.
Es muy probable que San José haya muerto antes de que Jesús entrara en la vida pública, ya que en las bodas de Caná no estuvo presente ni se habló más de él.
De haber estado vivo seguramente hubiera estado presente al pie de la Cruz, tal vez lo estuvo en espíritu acompañando y consolando también el corazón doliente de su esposa.
Cuando nuestra familia se encuentre en problemas o esté rota, San José ayúdanos a repararla.
«En aquellos días, el Carpintero enseñaba a rezar a Dios. Hablaba con Dios cara a cara. Y miraba con sus ojos los ojos de Dios. Con Dios reía. Y Dios se dormía en sus brazos. Dios despertaba con su beso. Y Dios comía de su mano.
Oraba a Dios y le cantaba teniéndole en sus rodillas. Con sus manos tocaba a Dios y llevaba a Dios de la mano. Jugaba con Dios y Dios era feliz con él. Y ni en la Gloria había más gloria que en la casa de José!»
Luciano García Medeiros
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