Los mártires de Turín, es el sueño de Don Bosco recogido en el volumen II de sus memorias biográficas de la siguiente manera.
Le pareció encontrarse en la parte norte del Rondó o Plaza Circular de Valdocco.
Dirigió la mirada hacia el lado del Dora, a través de los gigantescos árboles que entonces se alineaban ornamentando la avenida, hoy llamada Regina Margherita.
Como a unos setenta metros junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz, habichuelas y coles, vió allá abajo, a tres hermosísimos jóvenes, radiantes de luz.
Estaban de pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se le había señalado como teatro del glorioso martirio de los tres soldados de la Legión Tebea.
Le invitaron éstos a bajar y unirse a ellos.
Bajó don Bosco hasta ellos, los cuales le acompañaron amablemente al extremo de aquel terreno, donde hoy se levanta majestuosa la iglesia de María Auxiliadora.
Después de un corto rato, de maravilla en maravilla, don Bosco se encontró frente a una dama, magníficamente vestida y de indecible belleza, majestad y resplandor.
Venía cercada por un senado de venerables ancianos con aspecto de príncipes.
Innumerables personajes, adornados con gracia y deslumbradora riqueza, le hacían corte como reina.
Y, formando en su derredor círculos interminables, se extendían hileras e hileras hasta perderse de vista.
La dama, que apareció precisamente donde ahora está situado el altar mayor de la gran iglesia, invitó a don Bosco a acercarse.
Cuando lo tuvo al lado, le manifestó que los tres jóvenes que le habían llevado a Ella, eran los mártires Solutor, Adventor y Octavio; con lo cual parecía indicarle que ellos serían patronos especiales de aquel lugar.
Después, con inefable sonrisa en los labios y con amorosas palabras, le animó a no abandonar a sus muchachos y a seguir, cada vez con más fervor, la empresa comenzada.
Le dijo que encontraría gravísimos obstáculos, pero que todos serían allanados y derribados, si él ponía su confianza en la Madre de Dios y en su divino Hijo.
Por último, le mostró una casa cercana y que realmente existía, que después supo era propiedad de un tal Pinardi; y una iglesita, precisamente donde está ahora la iglesia de San Francisco de Sales, con el edificio contiguo.
Después, alzando la mano derecha, exclamó con una voz de inefable armonía:
HAEC EST DOMUS MEA: INDE GLORIA MEA.
(Esta es mi casa: de aquí saldrá mi gloria.)
Al oír estas palabras, don Bosco quedó tan impresionado que se despertó, y la figura de la Santísima Virgen, que tal era la dama, y toda la visión, fue desvaneciéndose lentamente como la niebla a la salida del sol.
Mientras tanto él, confiando en la bondad y misericordia divina, renovaba a los pies de la Virgen su plena consagración para la obra a que era llamado.
A la mañana siguiente, dominado por la alegría del sueño, se apresuró a ir a ver la casa que la Virgen le había señalado. Al salir de su habitación, dijo al teólogo Borel:
-Voy a ver una casa a propósito para nuestro Oratorio.
íCuán grande y dolorosa fue su sorpresa al llegar a aquel lugar: en vez de una casa y una iglesia, se tropezó con una vivienda de gente de mal vivir!
Al volver al Refugio, interrogado con ansia por el teólogo Borel, le respondió, sin dar más explicaciones, que la casa, sobre la cual había trazado sus planes, no servía para el caso.
No obstante, Don Bosco quedó muy impresionado por este sueño.
Averiguó con un gran sabio e historiador, para saber en qué sitio se martirizara a los tres soldados mártires (que pertenecían a la Legión de Tebea) y él le dijo que el martirio fue en las afueras de Turín, cerca del río Dora (ahí donde el sueño le indicó). Veinte años después construirá Don Bosco allí en ese sitio, la Basílica a María Auxiliadora, templo desde el cual se ha propagado la devoción a la Santísima Virgen a muchos países del mundo.
Los mártires de Turín.
Sueño Nº 12 (MB. 2, 261)
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